Cuando Alberto utiliza la alegoría del punk lo hace pensando en el lema “No future” de una canción del grupo inglés Sex Pistols (y poco futuro sentía tener esa juventud en la opresión londinense/thatcheriana de fines de los setenta), pero es solo una manera de tipificarlo, un lugar común. El Presidente sabe y gusta de la música. Pero revisemos, el punk en los libros de la buena memoria de la música popular vino a revitalizar y poner en eje cierta grandilocuencia del rock sinfónico que imperaba en esos años. Solos maratónicos de sintetizadores galácticos, virtuosismo, ciencia ficción, parafernalia tecnológica. Algo desde aquella explosión de la psicodelia post beatleana estaba desmadrado. La academia ya lo había cooptado, el establishment lo había domesticado instándolo a mirar hacia el espacio o la ciencia ficción (para de algún modo no mirar lo más inmediato). Entonces se materializa este beat rebelde, crudo, directo, visceral. La Kundalini dice: “eh, acá estoy, vamos a bailar, vamos a denunciar la opresión”. Cuando “el campo” aboga por el libre mercado, corta rutas, tira leche (2008), despotrica contra el Estado (único órgano que puede socorrer a los desprotegidos regulando los distintos sectores de la economía), eso es lo menos punk del mundo. ¿Qué escucharán? Seguramente canciones de amor celebradoras a ultranza de la “individualidad”: ¿Arjona?, ¿Julio Iglesias? No hay lema más punk que “la patria es el otro”. Así que sí, seamos punk, es decir intensos, sabiendo que si no hay “ahora” pues mucho menos habrá “futuro”. Y siempre desde la buena leche de saber que ayudando a los demás nos ayudamos a nosotros mismos.